Premios Searus 1995-XVIII Certamen de Poesía


PREMIOS SEARUS 1995
XVIII Certamen de Poesía

Año de Edición: 1996
Portada e Ilustraciones: José Fernández Sanmillán
Prólogo: Santiago Corchete Gonzalo
Poetas:
Manuel Nogales Orozco
Manuel Moyano Ortega
Enrique Baltanás
María del Carmen García Andrés


ARDER DE LA PALABRA EN LOS PALACIOS

He querido titular esta intervención “Arder de la palabra en Los Palacios” porque, cuando fui invitado a participar en este acto, lo imaginé como si todas y todos asistiríamos a él para llenarnos del calor desprendido por una hoguera de amor, cuyos ramajes y leños combustibles estaban formados por madera de palabra; una palabras ciertamente un tanto especiales: rumorosas y esquivas como el agua cantarina del arroyo de montaña, pero también sosegadas y profundas como el remanso del más alto cielo en la noche más pletórica y hermosa.
          Pues bien, “entre Sevilla y el mar, en el decir del cronista-poeta Manuel Alacántara, dispuso Dios un anexo del Paraiso” que hoy en parte es ocupado por el Parque Nacional de Doñana, privilegiado enclave geográfico que da también asiento a Los Palacios y Villafranca. En esta línea infinitamente horizontal porque horizontalmente es casi infinita, asoma Los Palacios su blanca y nítida silueta de pueblo orfebre de siglos y misterios, como el de sus orígenes romanos con privilegio de acuñar moneda, o como los del olivo o la vid y tantos otros productos extraídos de la ensimismada y abundosa madre tierra, más también orfebre en decires y condensada en sus cantos, esos quejidos lúcidamente penumbrosos y densos del cante más “jondo” que le brota de las venas de su alma señorial y andaluza.
          Porque en este ancho y dilatado lugar, todo rezuma señorío y abolengo, corazón de pueblo llano a manos llenas, colmado de peculiaridades y de gracia para el arte de las artes cual es el uso del lenguaje; aquí, por ejemplo, se denomina “palacio” lo que en otros lugares se dicen “haciendas”, cortijos, casas de campo. De ahí que Los Palacios sea un extenso señorío de palacios, contagioso de su saber ser y estar en las páginas del tiempo y de la Historia.
          Mas esta noche nos ha convocado y reunido el noble pretexto de entregar los premios del XVIII Certamen de Poesía SEARUS, un concurso que el paso de los años ha ido madurando, consolidando y aumentando de prestigio, por cuanto ha enriquecido su palmarés con nombres propios de escritores que figuran en destacado lugar de muchas antologías de la poesía escrita en español, los cuales han querido unir el azar de sus biografías a este destacado concurso y a este entrañable lugar, sevillano por andaluz y andaluz por sevillano. Y es que ocurre con harte frecuencia, que quienes mejor saben hacer patria, patria chica y patria grande, no suelen ser los que las llevan y traen en labios de la fácil palabrería del discurso político, tantas veces hueco y ramplón, sino quienes día a día ponen sus ladrillos de entusiasmo, tesón y voluntad, para construir en altura y en profundidad el edificio cultural de la Historia perdurable. Por eso quiero felicitar pública y calurosamente a los promotores y artífices de éste certamen del arte poético, así como a cuantas personas e instituciones públicas y privadas vienen sumando año tras año sus generosos esfuerzos, contribuyendo con ello a que el nombre de Los Palacios y Villafranca sea conocido y valorado en los vastos confines del idioma español. Para ellas y para ellos, vaya este intenso y emocionante aplauso que solicito de todos ustedes.
          Otros de los aciertos organizativos del Certamen de Poesía Searus, lo constituye a mi juicio el hecho de que paralelamente, se convoque también un premio destinado a las y los poetas más jóvenes, esos nobles cultivadores de la palabra que, en el brioso corcel de los años juveniles, se proponen elevar sus ya heridos sueños hacia los más altos soles de la ilusión humana. Con su participación, puede afirmarse que tales valores no solo representan la esperanza del futuro, sino que formalizan la expresión certera y vigorosa del más rico y combatiente presente, por cuanto con la savia vital de su capacidad y su dinamismo, están consiguiendo renovar el dañado tejido cultural y estético de las postrimerías del siglo XX.
          Porque alrededor de la palabra, todos somos principiantes; todas y todos los escritores, noveles, menos noveles y aún consagrados, sienten idéntico escalofrío, igual estremecimiento, la misma perplejidad. Todos nos sabemos igualmente incapaces de lograr el decir que tan denodadamente buscamos mediante la escritura, ejercicio consciente en intentar alcanzar a veces una nube, otras veces una estrella, y siempre, siempre algún sueño, para bajarlos a la página y al verso son la finalidad de entregarlos al común de los hombres y mujeres pobladores de los páramos y desiertos de esta nuestra historia mortal, construida con ceniza y olvido.
          Todos pues, poetas y lectores de todos los tiempos, nos preguntamos acerca de la naturaleza y razones de ser que tuvo y sigue teniendo la poesía, para cautivar con sus mieles de emoción y para seguir seduciendo con los sones de su música, ese precioso torrencial de “música callada” en el decir poético de S. Juan de la Cruz, quien, como es bien sabido, fue capaz de tocar el cielo de la expresión poética con las manos.
          La poesía, presente ya en los primeros balbuceos lingüísticos del hombre, y legible en los incipientes rasgos escriturales dejados por la especie humana en los más diversos materiales encontrados, -piedras, rocas, pergamino, papiro, arcilla-, se contagió posteriormente de tonalidades épicas para cantar las gestas realizadas por algunos prohombres transformados en leyenda de héroes populares, los Ulises, Homero, Píndaro, Mío Cid… Y fue en los albores de nuestra lengua recién salida del latín, cuando en las “Glosas Emilianenses” y desde el riojano monasterio de San Millán de la Cogolla, el monje Gonzalo de Berceo la empleó para cantar los “Milagros de Nuestra Señora”, de manera un tanto temblorosa, si bien “a sílabas cunctadas, ca es gran maestria”.
          Más la poesía no se detuvo en cantar únicamente las gestas épicas ni religiosas, sino que poco a poco fue penetrando su daga de lirismo y emocionalidad en lo más hondo del corazón humano, logrando aflorar sentimientos universales, enriquecidos formalmente con los más variados matices diferenciales aportados por cada civilización y cada cultura. Largo y fascinante proceso de acumulación de esfuerzos creativos, de suma de energías, datos y registros que han supuesto el acervo común de la tradición, ese tesoro que a todos nos alcanza y respalda, a la vez que nos avala y consigue hacer auténticos, al sabernos gota del mismo caudal de agua que nos une e identifica. Tradición que nos hermana con Garcilaso de la Vega, que nos hace herederos de Cervantes, Quevedo, Góngora, S. Juan de la Cruz…, y que con el romántico y sevillanísimo Gustavo Adolfo Bécquer, sigue preguntando:
          “¿Qué es poesía dices mientras clavas
          en mi pupila tu pupila azul?
          Poesía, ¿y tú me lo preguntas?
          Poesía eres tú”
         
          Esa misma poesía que también sabe abandonar el tono indagatorio para volverse colorista y definitoria en los versos del poeta sevillano Manuel Machado, cuando escribe:
          “Vino, sentimiento,
          guitarra y poesía,
          hacen los cantares
          de la patria mía;
          cantares,
          quien dice cantares
          dice Andalucía”

          O bien se muestra con la hondura densa y sobrecogedora en la pluma y la voz del otro hermano y sevillano también, Antonio Machado, al escribir:
          “En el corazón tenía
          la espina de una pasión
          logré arrancármela un día,
          ya no siento el corazón.”

          Finalmente y por traer a colación una cita de casi ayer mismo, el muy poco pródigo pero felizmente recordable Jaime Gil de Biedma, en uno de sus últimos poemas, publicado cuando se hallaba pisando los umbrales de la muerte, mostraba la misma incertidumbre ante el misterio tras el que veladamente se esconde la poesía, ya que, al igual que el vivir, la poesía existe, mas

                    ¿sabe alguien donde está?
          ¿Cuál será la relación que existe entre literatura y desasosiego?. Porque con su punto y final, solamente la muerte concretarnos; mientras tanto, todo en derredor parece evocar un extraño rumor de nieve tácita con alas de palomas, que dan pie a que el poema sea una suma y sigue de sentimientos y significado. ¿Será que la poesía pretende vaticinar que morir es un nuevo nacimiento, para definitivamente adentrarnos en la aventura del ser interminable? Tal vez por ello la poesía pregunta sin cesar, hasta llegar incluso a la posible sinrazón de preguntarse a si misma cuando se convierte en metapoesía, eso es, lenguaje que se hace finalidad y objeto de si mismo, o lo que es equivalente: lo originario convertido en fin de lo creado, ociosa al parecer divagación conceptual que fundamenta el aparente galimatías que oscurece en la actualidad el discurso poético, haciéndolo difícilmente accesible para numerosas sensibilidades lectoras.
          Mas no, la poesía no ha perdido el rumbo por completo. Sucede que ahora discurre por caminos polares de intensa frialdad, rodeada de grandes bloques de hielo, nieve y silencio, pero que nadie pretenda certificar su defunción, porque su enigmático corazón anida muy, muy dentro, y eso la salvará de la tiniebla. Regresará, volverá a salir de su sol radiante tras las esquinas del tiempo, y entonces su calor volverá a ser de todos, dado que su espíritu, además de universal, es eterno. Salid, salgamos todos a su encuentro bienhechor, a través de la lectura frecuente y reparadora. Porque la lectura es acaso la mejor llave para abrir las puertas y ventanas de la imaginación, y por consiguiente la mejor manera de poder sentirnos libres en esta cárcel de sueños que es el mundo. Nadie ponga en duda que el ejercicio constante y consciente de la lectura, contribuye a desenvilecer la realidad que a diario salpica de barro e inmundicia la hermosura de este mundo.
          Tal acaban de demostrar y de manifestarnos con su pluma y su lectura, los dos poetas ganadores del XVIII Certamen de Poesía SEARUS; ora como lo ha hecho D. Manuel Nogales, descendiendo con la palabra bajo aguas encendidas de su “Pequeño mar en llamas”, o bien ascendiendo al intenso cosmos de “Los reinos circulares” en las alas verbales de D. Manuel Moyano. Ambos, con la creatividad de su poderosa imaginación y la fertilidad de su lenguaje, han querido y sabido unir sus nombres a este lugar tan cordial y tan benigno.
          Porque si olvidar significa regresar a lo perenne, estos manojos de rosas desmayadas que adoptan forma de libros de poemas, permiten rescatar a trechos nuestra frágil memoria, siempre con palabras de humildad, pues que todo lo demás es ruido. Soñar esa aventura densa de puertas para dentro, en también una manera de abrazarnos mediante la palabra, aunque solo sea disueltos en un amor confuso y palpitante. Por ello, ser mantenedor de un acto literario como éste, resulta una tarea sumamente gratificante ya que, ¿no es cierto que parece como si estuviéramos asistiendo a un tal vez pequeño pero magnífico nacimiento? y es que en el sentir de todos los seres está secretamente escrito que, nacer, asumir vida, seguir naciendo a cada instante; nacer, siempre nacer es lo que importa.
          Así pues, desde el pórtico y la escalinata que aproximan a este altar tapizado de corolas y de rosas sucesivas, elevo la copa de un vino imaginario para desear larga y fecunda vida al Certamen de Poesía SEARUS. Brindo entusiasmadamente por él, al tiempo de agradecer en las personas de D. Miguel Begines y D. Juan Gil haber sido designado mantenedor de este acto que, entre muchas otras satisfacciones, me ha permitido la dicha de estar con ustedes, y poder dirigirles mi modesta palabra. Amigas y amigos, llegados ya a los instantes finales, es el momento de dar las más expresivas gracias en plural a quienes hicieron posible este Certamen: primeramente a la Asociación Cultural SEARUS y al Ateneo de Los Palacios que lo promovieron y organizaron; al Excmo. Ayuntamiento de Los Palacios y Villafranca, así como a la Fundación El Monte que fueron sus patrocinadores, mas también a los miembros del Jurado y muy especialmente a las y los numerosos poetas que participaron con sus poemas en la presente edición. Finalmente, gracias, muchísimas gracias a ustedes por su gentil y fervorosa presencia.
          Señoras y señores, amigas y amigos todos, declaro que el Certamen XVIII de Poesía SEARUS acaba de concluir, pero al mismo tiempo proclamo con júbilo a todos los vientos que el XIX Certamen acaba de nacer. Bienvenida sea su gozosa ilusión entre nosotros, durante el próximo año 1996.

                              Santiago Corchete Gonzalo

Disertación de Santiago Corchete Gozalo en la noche del 24 de noviembre de 1995 en la ceremonia de la entrega de los premios SEARUS.

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