Premios Searus 1998-XXI Certamen de Poesía


PREMIOS SEARUS 1998
XXI Certamen de Poesía

Año de Edición: 1999
Portada e Ilustraciones: Mercedes Antequera Gordillo
Prólogo: Marcelino García Velasco
Poetas:
Andrés Mirón Calderón
Santiago Corchete Gonzalo

PRÓLOGO

          Hace un año vine al sur. Y no a los álamos de Sevilla –que más quisiera yo– a ver a mi dulce amiga. Me traían unos versos bárbaros escritos en una tierra sin gracia, mal tenida por varón; pero desnudadla y la veréis lisa y suave como vientre de mujer, porque Castilla sólo es mujer, aunque vieja, aire de arrugas femeninas.
          Mis ojos se llenaron de olivos y naranjos, lomas menudas y verdores, pueblos blancos en las alturas de algún alcor airoso. Y fui olvidando pinos redondos, torres de buen mirar, aunque humildes, ríos lentos y aguas sin presente alborozado.
          Hoy vengo para hablar de poesía, o para ver cómo la noche se llena de poesía en una tierra en la que la poesía crece entre las hierbas del campo o en los yesos de los palacios.
          ¿Qué cantan los poetas andaluces? se preguntaba un día Rafael Alberti.
          ¿Cuántos son los versos andaluces? me preguntó yo. Incontables, como sus olivos.
          Andrés Mirón, que es sevillano como vosotros, esta noche no trae a la lluvia por testigo para cantar de sí mismo. Y Santiago Corchete nos acercará la música del viento para cantarnos de la vida.
          Traería yo todas las espigas de un campo cuajado de silencio, y estallarían ante el verdor insólito de los naranjales.
          Buscaría en los recuerdos palabras para hacerme un hombre de empuje y corazón en alto, y se me vendrían al suelo todas las torres de la infancia –las más altas– porque las torres del Sur se alzan como árboles en busca de los dioses.
          Bajaría hasta el agua de la soledad y toda la tierra del Sur se haría compañera de mi andar sin vuelo.
          Traería a todos los poetas de mi tierra haciéndome camino para endulzar los jazmines de la distancia, y estallaría el horizonte de poetas andaluces serenándome la mirada desde su alegría.
          ¿Penas? ¿Alegría?
          ¿Caras de una moneda?
          Andalucía

          Versos y anchura. Palabra para soñar. Palabras que se hacen versos.
          Sueños que rompen las barreras del mar.
          ¿Cuándo tuve yo conocimiento de Andalucia? Aparte de la canción infantil de la escuela: Andalucía, ocho provincias, que buscadas en el mapa siempre quedaban abajo del todo, y que cruzaban dos ríos de nombre casi igual y que sólo era nombres, palabras sin sentido, a no ser que confluyesen en los colores de un cromo blanco y verde y balompié de Betis.
          Yo supe de esta tierra porque mi padre al afeitarse, y muy por lo bajo por no asustar a los ángeles de los minaretes anónimos, se arrancaba, a palo seco, entre el jabón de La Toja, por soleares o tientos, fandangos –vaya por Dios–  muchas veces, o, mucho más bajo, La Internacional.
          Eso era antes de 1950 año en que en mi casa entró la radio y con ella, además de Gainza, Zarra y Ramallets, abríase la voz sin trampa de Manolo Caracol que ponía corazón en la blancura de la cocina. Y el cante del Sur vino a llenar las noches de un niño hasta aprender, por ejemplo, que Carmona tenía una fuente con catorce o quince caños, que había peines dulces, como el azúcar y árboles de tristeza pegados a la pared.
          Cuando el tiempo se hizo hombre en mi corazón, siempre llegaba a Andalucía de la mano de los poetas, mejor, la mano de los poetas me traía a gozar lo mejor de Andalucía: su poesía.
          Algunos –sin yo quererlo, y, mucho menos, ellos– se me han muerto sin llevarse el sol desde el que alumbraban. Y cito por lo grande: José Luis Tejada, con su brazo en cabestrillo aquella tarde en Arcos, mientas Antonio Hernández, Antoñito –vivo, gracias a Dios– se agachaba para tener su cabeza a la altura del corazón hermano. Y Vicente Aleixandre, que había nacido en el mismo día de abril que yo, pero 38 años antes y que ahora que cumplió los 100 apenas sí los brezos de Miraflores y las jaras y las adelfas del campo andaluz lo han recordado.
          Más tarde Rafael Montesinos, tan bello en lo íntimo, tan hondo en lo sencillo, dejaba a los ojos de todos aquella delicadeza del decir:
                    “Para las tardes claras de Abril,
                    cuando Abril sevilleaba”.

          Y este esplendor de la expresión no es palabrería, sino belleza del sentir, aire del beso de una novia.
          Y como la tierra es para los potas, he ahí que nadie como ellos para llevarnos a estar entre la luz de un paisaje:
          “El Sur es un puñado de olivos y labranza
          y un sol convaleciente y enfermizo de trigos”

Voz de ángel escribiría estos versos, Ángel con apellidos humildes y españamente repetidos: García y López.
          Andando los días, la voz dolorido, a pesar de su disfraz de gracia, de Manolito Alcántara,  cuando –Díos sabe por qué– sólo era poeta y paseaba España y la cantaba dejando en cada tierra su sabor andaluz, su dulzor trintón de alegría en leche.
          “Entre los ábsides de cales limpias,
          junto a pobrezas blanqueadas
          con geranios y sol en las cornisas”.

Y, en tanto, Luis Rosales hacía metáforas de esta tierra desde Madrid y la nombraba como “el callejón sin salida de la alegría”, yo me iba de ronda, otra vez, con Ángel García López, mientras él se acordaba de Emilia y yo de Carmen y me cantaba:
          “Cruzo este Sur oliendo lentiscos, las chumberas
          de Mataján. Al fondo, la frente de unas vides
          repletas ya de verde resplandor. Unos toros
          paciendo entre lagunas”.

          Y hubo una vez un poeta que nació en el frío de Palencia, pero tuvo su calor para sus raíces en Beas, tierras de Jaén, donde el agua cambia de nombre así vaya hacia el Mediterráneo o hacia el Atlántico, y, entonces, dícese Segura o Guadalquivir, y que siempre quiso ser castellano sin dejar de ser andaluz y que cambia –en esto se notaba su sabor a Sur– desde su tristeza:
          “Tal vez esté lloviendo por el Sur
          y se haga gris
          más todavía
          aquella tarde
          de marzo
          sin cometas”

Y estar, si pudiera, siempre en el Sur, porque:
          “A mi
          lo que me gustaría es ser de aquí
          y volver en invierno
          con pasión de zorzal
          a repartirme entre los anchurosos
          abrazos de la gente
          del pueblo,
          porque aquel que no ama
          la tierra en la que anduvo niño y triste
          como tres días de lluvia
          no merece
          el tumulto clavel de la alegría
          a destiempo”

          Juan José Cuadros, poeta cabal, como ese cante que se atreve a pegarse a la soleá y salir juntos desde la misma garganta.
          Y mirad por dónde vuelve la lluvia y se posa en mis ojos. Es una lluvia deseada y tardía que me llega, también en otoño, cuando apenas hay tiempo más que para decir amén. La traen en el alma y la deja caer en la palabra Andrés Mirón, un poeta que lleva haciendo versos desde que la alegría le salió respondona y daba en tristeza por los rincones.
          Publicó su libro primero en la tierra de donde yo vengo. Fue en el año 1965.
          Ha llovido mucho, tanto como para que esta lluvia deseada nos moje sin dañarnos.
          “Estaba en una lluvia y no existía
          Palpitación en donde guarecerse”

          Y mientras, bajo esta lluvia, pasa la vida, el gozo de recordar lo ya vivido, siempre como conquista, nunca como derrota, por más que “de tiempo somos y con prisa vamos”, nos advierte el poeta, para después endulzarnos la esperanza pues siempre en “los patios de ayer sigue amaneciendo”. Y esto es lo hermoso del vivir: el tiempo detenido en el canto, en la palabra, dentro de los ojos, porque:
          “lo que se amó una vez y tuvo alas
          no cesa de posarse en el recuerdo”

          Y hay que cantarlo para “cuando ya nada y nunca sean lo mismo”.
          Estoy hablando desde el poema de Andrés Mirón, desde esa lluvia deseada candada con la elegancia de quién ve la vida como una travesía en la que plantar los sueños.
          Cuando oigáis entero el poema de Andrés Mirón comprenderéis por qué el poeta es vecino de los dioses.
          Santiago Corchete Gonzalo es el otro poeta premiado. Poeta más de pensamiento que de corazón, más de razón que de pensamiento, más cercano a lo reflexivo que a la intuición. Pero nunca frío. Oidle pensar:
          “Vivir es una carga de palabras
          oblicuas y muy mal acentuadas
          en medio de un solar de incertidumbre”

          Alumbrador de versos que en la larga metáfora encuentran una belleza emocionante:
          “si una a una sumáramos
          todas las explosiones que después
          en las lluvias primeras del otoño
          surgen tras producirse la hinchazón
          de las semillas, no cabría
          tanto ruido en el campo”

          Y esto que ya es bello en sí se agranda con la exposición de lo contrario al ruido:
          “El silencio también es
          una suma de todos los silencios
          pequeños…”
          En esta “Orquestación del viento” pasa no un hombre a través del tiempo, sino el hombre en su dual manera de ver, de comportarse, de estar en la vida, de esperar y desesperar, de luces y sombras en el corazón.
          Ojalá que gocéis de la comunicación del poeta, de este gran poeta que acabo de conocer.

Marcelino García Velasco

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