Premios Searus 2000-XXIII Certamen de Poesía

PREMIOS SEARUS 2000
XXIII Certamen de Poesía

Año de Edición: 2001
Portada e Ilustraciones: José Gómez Moral
Prólogo: María Sanz
Poetas:
J. Antonio Ramírez Lozano
Jerónimo Calero Calero


PRÓLOGO

          Avanzado los días del otoño, en esta Casa de Cultura de Los Palacios tiene lugar el renovado evento del Certamen de Poesía “Searus”, un encuentro siempre gratificante entre los premiados y el público, con la labor intermedia de mantenerlo, y que me honra ejercer en esta convocatoria. Son veintitrés años de confianza en la creación poética, de apuesta por el valor del verso, en una época como la actual, de escasa repercusión lírica. Todos sabemos lo meritorio que resulta hoy apoyar una labor creativa de semejante naturaleza, en la que siempre subyace un íntimo deseo: conseguir la simbiosis entre cuerpo y alma, entre materia y espíritu, entre sueño y realidad. Así, la poesía, máximo exponente de dicha labor, inflama a quien persigue sus efectos, lo eleva hasta las más ignotas regiones de lo invisible para, finalmente, obligarle a descender cuando las palabras se posan en el espejo de un papel cualquiera, reflejándose en vivencias transformadas a mayor consuelo del solitario que las contempla escritas.
          Ya Carlos Bousoño, en su “Teoría de la expresión poética” nos da unas razones sobre el personaje creador, que “debe responder de la vida, hacerse cargo de sus líneas de fuerza sustanciales, aquellas que sostienen el cuerpo entero de ese vivir”. Meditando sobre esa teoría, hay que alegar que de nada sirven las excusas para no acudir a la llamada inspiradora, a la complicidad del verbo. Una simple estrofa puede hacernos pensar con alguien comprometido con el más allá de su propia realidad, sin que se vea por ello menos cercano en relación al resto de los hombres. El poeta debe convencerse de que lo que es cada vez que se encuentra a sí mismo por medio de la palabra, y este proyecto de vida abarca no sólo la escritura, sino también el hallazgo de un territorio pluridimensional en el que desarrollarse, compuesto de elementos como la belleza, la masculinidad, el paisaje o el silencio, el cual puede estar a la vista de muchos, pero habitado solamente por unos pocos. Y es este espacio íntimo el que dota de amplitud el complejo horizonte del escritor, ser humano al fin y al cabo, sobre cuyo caminar dice un viejo libro indio: “Donde quiera que el hombre pone la palabra, pisa siempre cien senderos”.
          Y por el itinerario de la poesía nos encontramos a los dos autores premiados, extremeño y manchego, respectivamente, que ejercen la creación con excelente dominio. Ellos vienen a engrosar la ya extensa y cualificada nómina de poetas que han visto recompensada aquí algunas muestras de su obra.
          Jerónimo Calero presenta un “Tragado de geometría”. Tiempo, sed, amor y ansia aparecen como coordenadas que determinan su posición en estos puntos existenciales, cuya referencia podrían se los versos citados en el primer poema:
         
          “ A veces falta vida para vivir el tiempo,
          a veces, falta tiempo para vivir la vida”.

          La diversa geometría responde a una manera de ir trazando las experiencias, dentro de un marco formal que constituye el mundo del autor, cuya delineación hace valer un ideal artístico ya fundamentado en la opinión del lingüista Amado Alonso, cuando en su obra “Materia y forma en poesía” dice: “En el lenguaje de la creación poética nada es adorno ni añadido; todo es expresión del sentir, movimiento del alma transmitido al organismo y a la materia como estética regulación”.
          Para componer su tratado, nuestro escritor elige un fondo azul con sinfonías y latidos, el agua consoladora en el camino, la caricia sobre el rostro deseado o el encuentro con la propia esperanza. Cuatro escenarios y cuatro poemas, unos dentro de otros, fundidos en la sola necesidad de ser escritos. Cada elemento, en la medida de su extensión, llega a contener a los demás, sintetizándolos y apropiándose de espacios vitales aunque no estén ubicados en el mismo plano. Jerónimo Calero intenta, y lo consigue, proyectar sobre sí mimo todas esas imágenes que la existencia le muestra sin reparos, quedándose a solas con todo cuanto una huella, un camino, un aliento, una razón. Así, esa geometría versificada fluye y se solidifica, en un continuo descenso a la realidad que, después de los sueños, sigue convirtiendo en hombre al poeta.
          José Antonio Ramírez Lozano ha obtenido el primer premio de este “Searus” 2000. Nacido en Nogales (Badajoz), y licenciado en Filología por la Universidad de Sevilla, reside en esta ciudad donde ejerce como profesor de Lengua y Literatura. Su obra combina la lírica con la narrativa, modalidades en las que ha sido galardonado en numerosas ocasiones.
          De sus publicaciones, hay que citar hasta la fecha en el apartado lírico títulos como “Bestiario de cabildo”, “Bolero”, “Memento”, “Agua de Sevilla” y “Santos llovidos del cielo”, y en el narrativo, “Gárgola”, “La Historia Armilar”, “La derrota de los fabulistas”, “Bata de cola” y “El cuerpo de Maltea”, obras cuyas editoriales se encuentran entre las más importantes de España, como Cátedra, Hiperión, Aguaclara, Libertarias y Algaida.
          Los versos de “Claudicaciones” reflejan la asistencia de José Antonio, como espectador, a su propia obra. Buscan unos motivos, una redención que pueda justificar el por qué de ese eterno retorno que es la humanidad. Hay mucho mérito en combatir el hastío con el poema latente, con ese presentimiento de victoria que ofrece el hallazgo de la palabra adecuada, una íntima satisfacción reservada sólo algunos. Pero las fuerzas ocultas no cejan en su empeño; revisten el tiempo aún por transcurrir, y el poeta siente que claudicar no es la solución, sino escribir ese poema definitivo que siempre está en el aire, inasible, pero cada vez más cerca de rendirse a su autor. José Antonio nos dice que vivir “suspendido del hilo” de su escritura, al expresar:
          “Sé que este es mi triunfo y que es breve, y resisto.
          ¡Oh qué gloria saber que fue eterno este instante”, o como diría Juan Ramón Jiménez, “Presente, porvenir, llama en que sólo / quiero arder…”

          El tiempo, una constante para todo creador, no aparece en este poema como algo que se pierde, sino todo lo contrario. El mismo afán de perpetuarse conlleva al poeta a darse por entero, agotándose en lo que sería no renunciar a lo más puro, a la esencia misma de la intemporalidad. Así se pronunciaba ya antes Unamuno sobre este tema: “El que anhela no morir nunca es porque lo merece, o más bien, sólo anhela la eternidad personal el que la lleva ya dentro”.
          Esta lucha por la supervivencia a través de la poesía queda perfectamente puesta en relieve en cada estrofa de “Claudicaciones”, poema que es sólo una muestra de la firme creatividad de José Antonio Ramírez, de quien hay que decir, tras un conocimiento profundo de su obra, aquello que Borges dijo de Quevedo, que más que un autor es una literatura. Leer a este poeta y novelista, tan ampliamente reconocido en ambas facetas, es compartir con él ese ansia de quedarse en todo y en todos, y es despejar las dudas con su palabra sincera, con su energía poética, tan plena, que a nadie deja indiferente.
          Termino mostrando mi agradecimiento a este Ayuntamiento de Los Palacios por haberme nombrado mantenedora del premio Searus 2000, y mi deseo de que la poesía sea siempre un vínculo fundamental entre todos.

María Sanz
Noviembre 2000

No hay comentarios:

Publicar un comentario