Premios Searus 2005-XXVIII Certamen de Poesía


PREMIOS SEARUS 2005
XXVIII Certamen de Poesía

Año de Edición: 2006
Portada e Ilustraciones: Álvaro Benavides Caballero
Maquetación: Francisco Caballero Galván
Prólogo: Máximo Cayón Diéguez
Poetas:
Diego Miguel Núñez Vaya (Diego Vaya)
Esther García Bonilla

PRÓLOGO

A MODO DE PÓRTICO Y ZANGUÁN

          En primer término, y en lugar bien destacado, quiero expresar mi más sincera gratitud a la Delegación de Cultura del Ayuntamiento de Los Palacios y Villafranca por haberme encomendado el honroso encargo que supone redactar estas cuartillas prologales. Y, al mismo tiempo, patentizar también a sus responsables mi más sincero reconocimiento por la hospitalidad y delicadeza con que nos acogieron a mi familia y a mí durante nuestra estancia en Los Palacios y Villafranca, con motivo del acto de entrega del premio de poesía “Searus 2004”. Hecha la digresión, desde mi punto de vista necesaria, me dispongo a cumplir el cometido que me ha sido asignado.

          La creación poética es un ejercicio de sentimiento y de sensibilidad. Y la palabra, su vehículo dinamizador. Gracias a este proceso, los surcos del pensamiento hallan raíz, ramaje, flor y fruto. No me refiero, claro está, a la floresta poética donde prevalece el oropel de una hojarasca que el más leve vientecillo sepulta en la indiferencia. Hablo del bosque poético que rezuma autenticidad.
          La poesía, que es herramienta, instrumento, agente liberador, rinde culto a la palabra. Y el poeta, sirviéndose de ella, traduce y da a la luz aquellas situaciones y contingencias que le son cercanas y conocidas, bien por vía personal y directa, bien por caminos convergentes. Por este último motivo, a veces, el poeta ha sido tachado de fingidor. Nada más lejos de la realidad. Además, la definición es inexacta, y, por lo tanto, acarrea su carga de falsedad.
          Como es sabido y reconocido, el poeta escribe requerido por el dictado de unas vivencias que no le son ajenas, sean cercanas o remotas. Si se cumple este postulado, entonces, cada verso, cada estrofa, cada poema, es una revelación, una epifanía. Si no es así, el trabajo terminado será otra cosa, pero nunca será poesía.
          La poesía se define por sí misma. Y su importancia se mide por su grado de importancia. Desde luego, los adjetivos, marbetes, precintos y etiquetas que suelen colocarse a su costado sólo vienen a desvirtuar sus acentos. A modo de ejemplo recordemos las palabras de D. Antonio González de Lama, uno de los fundadores de aquella mirífica revista “Espadaña” que, editada en León, en la cuarta década del pasado siglo, trajo una bocanada de aire fresco al panorama poético español. En el número uno de dicha publicación, (mayo de 1944), decía D. Antonio: “Si hay algo impensable en el Mundo, es la Poesía. Impensada, indefinible, inefable. Ilógica, en suma. O mejor, alógica. Está aquí o allí. En una palabra, en ese verso, en ese estremecimiento que eriza el poema. Y hay que verla, intuirla, sentirla (…) ¿Qué es poesía, pues? (…)La Poesía no se define. La Poesía es”.
          A mi, particularmente, la poesía que no habla al ser humano no me interesa. Será un juego de artificio, un ejemplo de técnica depurada, -para eso está la métrica-, acaso un racimo de fulgores más o menos luminosos, pero, su valor, que lo tendrá, y que respeto profundamente, no llega ni siquiera a rozarme las cuerdas de la sangre. Y sólo por una razón evidente: la poesía que es poesía, cala hondo, emociona, conmociona, suaviza nuestra andadura por la vida, y, en el menor de los casos, nos procura alivio y consuelo, expectación y esperanza.
          Dos jóvenes andaluces, sevillanos para más señas, han sido los galardonados del XXVIII Certamen de Poesía “Searus”. Diego Vaya ha obtenido, con “Los frutos y los días”, el primer premio. Esther García Bonilla, con “Las estaciones perdidas”, el segundo. Ambos autores son universitarios, y sus respectivas notas biográficas las hallará el lector en este volumen que recoge dichos trabajos. Como el espacio impone sus límites, y los dos poemas premiados rezuman poesía de muy hondo calado, “recurriré al esquema, a riesgo de pecar de esquemático”, feliz aserto de D. Pedro Laín Entralgo que tomo a préstamo en orden a la consecución de los objetivos establecidos.
          Diego Vaya, asentado en la clausura sostenida que representa el formato de una pequeña habitación, ignorando voluntariamente si en el exterior prevalecen las luces o las sombras, desde el primer momento revelan con sinceridad su mundo íntimo, y trasfiere al lector su estado de ánimo:
         
          “No recuerdo por qué cerré la puerta.
          Tal vez podría abrirla y encontrarme
          Entonces con aquello. O tal vez
          sea mejor así. Y siga siendo
          esta duda una forma de esperanza”.

          Y allí, en medio del silencio, arropado por la hoguera de la memoria, recuerda y rememora, traspasado por la nostalgia, cómo se izan hirientes mástiles del abandono y cómo se apodera de su mente la lueñe patria de la infancia. Y, así, mediante símbolos, claves y perfiles reconoce el desarraigo que padece, la soledad que aherroja su voluntad, y, a la par, nos comunica que, irremisiblemente, “todo se ha ido”. Principalmente, en el soneto que incardina en el poema, donde, a través de la figura de un boxeador, se siente al borde del abismo. A modo de coda, el último canto, la última estancia del poema es una resignación evidente del “dolorido sentir” que embarga su espíritu:

          “No volverá jamás
          el asedio sedimento de la sílaba
          esos labios heridos por el agua”.

          “Las estaciones perdidas”, de Esther García Bonilla, es un poema que despierta en nuestro pecho el eco de un amor incompartido, o, si se prefiere, el redoble funeral del desencanto. En vecindad, sí, pero no en compañía, dos seres se encuentran en el andén de la vida. Entonces, comienza el sueño, se encrespan las olas del deseo, y emerge la esperanza de alcanzar el puerto deseado. Aparentemente, uno de los dos protagonistas es ajeno a los sentimientos que experimenta el otro. La intuición femenina juega aquí un papel predominante:

          “Y sé que no hay regreso.
          Volverás a ser tú
          y yo seré la misma.
          Nuestras vidas ya no
          serán dos paralelas,
          sino insomnes segmentos
          tendiendo al infinito”.

          El asunto es recurrente, y, sin embargo, en mayor o menor medida, reconocible en nuestro fuero interno. La primavera, la luz, el color y el paisaje, convergerán en otoño triste, bruno, amargo, acaso en cielo encapotado, y el dolor anegará de tristeza el sentimiento. Pero, cuidado, el poema no canta veleidades, canta transparencias. Es una confesión en alta voz, un río desbordado de ternura que provoca la pasión del encuentro inesperado. La huella que produce la lejanía, acaso el desencuentro, pone epílogo al poema:

          “De cada cicatriz brota una espiga
          que clama a voces la estación primera”.

          No quiero extremar las cosas. Pero, a mi juicio, conviene anotar que en los versos de Diego Vaya y de Esther García se aprecia una cierta madurez poética, una concentración expresiva en el verso, la huella de muchas lecturas. Es una mera impresión personal. Sólo cabe decir que si uno y otra prosiguen por este camino, su cosecha será granada.

          A mi leal saber y entender, he tratado de desentrañar honestamente las raíces que dan sustento, estructura y estatura a los trabajos galardonados. Espero haber alcanzado mi propósito, y haber sido justo en mis apreciaciones.
          Cumplido, pues, el encargo encomendado, reciban Diego Vaya y Esther García Bonilla mi más sincera felicitación por los premios obtenidos, y, también, por habernos procurado dos hermosos trabajos poéticos. Y a los responsables de la Delegación de Cultura del Ayuntamiento de Los Palacios y Villafranca sólo me cabe expresarles mi reconocimiento personal por su encomiable labor y su loable mecenazgo a favor de un género minoritario, y, sin embargo, imprescindible, como es la poesía.

Máximo Cayón Diéguez

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