Juan Sebastián López, 1º Premio Searus-1985

JUAN SEBASTIÁN LÓPEZ

Juan Sebastíán. Foto: Juan Sebastián.

Nota Biográfica
          Oriundo de Peñaflor, nace en Barcelona en 1941. Casi toda su vida se desarrolla en Sevilla, donde reside. Es Diplomado en Enfermería, profesión cuyas características más relacionadas con el trato humano han incidido en ciertos aspectos de su obra poética… Aparte comentarios críticos aparecidos en revistas especializadas (El Parnaso o Papel Literario, de Málaga; Ficciones, de Granada; Agua, de Cartagena, etc.) actualmente se halla en un voluntario destierro literario, francamente sobrecogido por la actual poesía y sus batallas.

          Ha publicado los siguientes libros:
De Celti a Peñaflor; Sevilla, 1983.
Del Hombre y otras piedras; Sevilla, 1985. (Premio Gallo de Vidrio 1984).
A través del cristal que nos condena; Sevilla, 1988. (Accésit Barro1986).
El fósil de la aurora; Málaga, 1992.
Antes de que la muerte nos separe (homenaje); Sevilla, 1993. (Accésit Ángaro 1992).

         
Reseña biográfica tomada de la Antología 25 años de Poesía Searus, 2002



Obra: “PRIMAVERA IMPOSIBLE”
1º Premio, VIII Certamen de Poesía Searus, 1985


EL POETA

El poeta te dona
su palacio de sueños,
su vino de palabras.

Ariete de inocencias,
tan sólo su locura te penetra,
te ahonda de misterios, te lastima.

El poeta es un mito,
un sonido que besa sin besar,
una lágrima inerte
que te rueda los labios,
un anuncio de miel sin consistencia,
un jabón que resbala por tu piel,
un pequeño ladrón de tu secreto.

El poeta no es nada;
solamente tu sombra,
tu materia de olvido.

Perdona su existencia
y limpia de tu piel sus cicatrices.

¡No lo hagas! ¡No dejes que el poeta
decapite su mundo imaginado
sabiéndose sin ti!
No permitas que rumie su nostalgia
vagando por la sed de no tenerte.

Prepárale tu vaso más sagrado
y déjale tu boca, tu mirada
y un silencio de pájaros que adorne
su ilusión inconclusa.


CUANDO SIENTAS UN ARPA DE ALFILERES

Pues no soy yo quién vive
mi cuerpo de memorias cotidianas;
ese cuerpo que pasa repetido
por la misma cuadrícula de aire
embridado, monótono y ausente,
es sólo mi disfraz.

Yo soy quién reconoce
el friso que florece de palomas,
la piel adormecida de la seda,
el suspiro final de alguna llama
que rueda sobre el agua de adoquines,
la espuma distraída entre mis dedos.

Yo soy quién siempre busca
orillas de estertores, lejanías
cruzadas por el rayo de los labios,
magnolios de etiqueta,
claveles que salpiquen
los cielos liberados del hastío.

Yo soy quién mira dentro
de los pozos callados;
quién levita los nidos pantanosos,
los besos de mañana,
la playa amanecida.

Si paso por tu vera
ciprés de alguna hilera de mutismos,
abróchate los párpados
o guarda tu mirada en el pespunte;
tal cuerpo no merece tu mirada,
ni el falso vertical de su apariencia,
ni un camino siquiera.

Cuanto sientas un arpa de alfileres
en ningún sitio tuyo,
a pleamar de lenguas
te sepa la saliva o el latido,
y te crezca la yerba en la cintura,
tal vez me reconozcas.

Persígueme despacio;
acósame en el filo de la hiel;
traspásame de noches o de rosas;
descúbreme tu luna diferente;
y volvemos los dos sobre este magma
de cuerpos poseídos por el miedo
hasta el pico nevado de los libres.


LOS DADOS

En le verde tapete de la noche
he perdido mis dados;
los dados del amor que fueron lenguas,
arlequines furiosos,
vendavales de verbos que, el azar,
esparcieron tu nombre por el aire.

Cinco dados de fuego,
por la calle desnuda del deseo,
perdí por mi ceguera de tahur:

El primero, cristal de la mirada,
discurso de pupilas,
enciende el horizonte de temblores;
el segundo, secuaz de los imanes,
acerca de latidos,
se adueña de las manos que suplican
el roce de otras manos esperadas;
el tercero, laguna sin orillas,
envuelve en celofanes el galope
sin brida de los locos solitarios;
el cuarto es alquimista del instinto,
crisol de sensaciones,
pararrayos del gozo inacabado;
el quinto es la reliquia de los sueños,
el mágico candil de mi osadía.

En el verde tapete de la noche
tal vez definitiva,
perdí mis cinco dados.

Me queda un cubilete
en busca de tu nombre,
una mesa de juegos en tinieblas
y una amarga nostalgia entre mis labios.


TU CUERPO

¿Qué es tu cuerpo la llave?
Tu cuerpo es una fosa,
una cárcel impía,
una esponja que deja
cadáveres sin agua en los aljibes.

Tu cuerpo es un erizo de ternura,
la llama que devora mi epitafio,
la hiedra que me cubre.

¿Qué es tu cuerpo la llave?
¿De qué puerta?
¿De qué boca vacía, de qué noche?
¿De qué párpado ciego?
¿De qué olvidos?

Si es tu cuerpo la llave,
en medio de mi pecho
está la cerradura;
atraviésame y deja
que el mío se desangre.


CELOS

Por la orilla en neblina viene otro;
aquel que cerca mares y atosiga
el vuelo de mis peces inocentes;
aquel que, remador sobre tu espuma,
acalla tu oleaje;
aquel que sincroniza tus arritmias
y puebla tu dolor de danzas nuevas;
aquel que se aposenta en tus escamas
y rapta tus temblores;
aquel que satisface tu agonía.

He cerrado los ojos,
la válvula celosa del instinto.
He guardado en mi pecho
el ladrido de corcho del orgullo.
He cortado las uñas
que me arañan las sienes,
por seguir respirando
las briznas de tu aliento.

Yo tan sólo recojo
los besos que tú olvidas,
el jazmín amarillo
que cayó de tu frente, tu tristeza,
tus restos de mujer para mi tumba.


LLUVIA

Llovió sobre mi carne tu tibieza.
Y fue mi carne hormiga,
corazón disecado
bajo el musgo colgante del alero,
piedra almenada, tumba,
campo de sombras, sombra
de claustro medieval,
espiga de latidos.

Y tu lluvia germina
sobre tejas que el tiempo
me puso por escamas;
me recorre, me enciende
de sangre y jaramagos;
indaga mis adobes bajo cal,
mi dintel carcomido, mis cristales.

Poco a poco, tu lluvia me devora,
desmorona mi herrumbre, mis tabiques,
mis maderas
mis muros, mis pisadas.

Ya no tengo ni restos
ni palabras que guarden
mi sed en tu memoria.


PRIMAVERA IMPOSIBLE

Sólo un sueño;
al fin, ha sido un sueño tu presencia.
Tu perfil y tu voz se desvanecen,
se desprenden de todos mis vestigios,
y queda mi cadáver
tan frío como ayer te lo encontrarás.

Pero todos los sueños dejan huella.
Y te juro que siento cada noche
tu piel junto a mi piel, tu aliento mío,
la daga de tu boca,
tu sima decorada de calambres,
tu caricia midiendo mi estatura,
los ardientes volcanes de tus pechos,
tu mentira.

Desde ahora serán mis pasos nuevos;
correré tras los ojos inquiriendo
el vuelo de los tuyos invisibles;
buscaré cada verso de tus manos
en toda mano ajena y transeúnte.
Perseguiré tu voz por los oscuros
silencios de mi mar.
Me beberé las sombras
de los árboles tristes que conocen
cómo mana la sangre
de esta herida tan tórpida y profunda
que el haberte querido me produjo.

Del sueño levantamos una vida
y, de pronto, nos cubre
esta extraña mortaja
que nos deja de nuevo condenados
en las más imposible primavera.

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