Carlos Murciano, 1º Premio Searus-1988


CARLOS MURCIANO

Nota Biográfica

          Carlos Murciano (Arcos de la Frontera, 1931). Intendente Mercantil, fue, desde 1956, fecha en la que se trasladó a Madrid, gerente de una firma de rango internacional, cargo que abandonó voluntariamente, en 1987, para dedicarse por entero a su obra literaria. Ha publicado más de noventa libros, entre los que destacan, en poesía, Un día más o menos (Premio Ciudad de Barcelona), Libri de epitafios (Premio Boscán), Yerba y olvido (Premio González de Lama), Historia de otra edad (Premio Leonor), Sonetos de la otra casa (Premio Feria del Libro) y Diminuto jardín como una araña (Premio San Juan de la Cruz). En 1970 obtuvo el Premio Nacional de Poesía con Este claro silencio. Ha obtenido, asimismo, los Premios “Guatemala” (1974), “Andalucía” (1977), “Jorge Manrique” (1981), el Internacional “Antonio Machado” (1997), el “Vicente Aleixandre” (2001). Musicólogo, crítico de arte y crítico literario, cultiva también la novela corta y el cuento, de cuyos géneros posee los más prestigiosos galardones, así como el Premio Nacional de Literatura Infantil (1982). En 1975, le fue concedida la Medalla de Oro de su ciudad natal. Su obra ha sido traducida al inglés, francés, italiano, ruso, polaco, lituano, macedonio, coreano, hindi y tailandés. En diciembre de 2000, un Jurado constituido por poetas de cinco países diferentes le otorgó el Premio Internacional “Atlántida”, por el conjunto de su obra.
         
         
Reseña biográfica tomada de la Antología 25 años de Poesía Searus, 2002



Obra: “COMO SI NADA”
1º Premio, XI Certamen de Poesía Searus, 1988


                                       “…But where I say
                                       hours, I mean years, mean life”
                                                           G. M. Hopkins



PORQUE vacilo a ratos
y otras veces tropiezo,
porque el cabello empieza a grisear,
la piel a hendirse de infidencias,
los ojos a nublarse y amargura,
me vuelvo a ti, lejana,
pongo a pulsar el corazón, lo aseo,
lo despojo de polvo y desmemorias,
anda, le digo, y échame una mano,
y camino a tu encuentro, confiado en su larga vecindad,
en su fugaz propósito de enmienda,
como el gazapo sorprendido,
galgos por medio y ralo rastrojal,
busca la madriguera salvadora,
la hura caliente, el familiar ostugo.

Si vieras lo que duelen ya los golpes,
la ingratitud, el otra vez será,
la sonrisa amical que es sólo máscara,

la olvidanza fraterna…
Maestra en soledades,
en lustros y en ausencias, qué voy yo
a decir
a quien lo tiene ya todo aprendido.
Llego, pues, silencioso,
me aproximo a tu silla
de ruedas,
y la echo a andar, andamos, mira el mirlo
en el alero, mira el retamar
ardiendo en amarillos, los rosales,
la yegua, las carrascas
crujiendo ya de mayo y verderoles,
mira el rumor del agua en el chopal,
mira el amanecer aunque anochezcas,
soy yo y estoy contigo, yo te empujo,
yo te guío y te llevo,
y eres tú quien tendrías
que sostenerme, mira el sol rodando
por la moheda, escucha
la cancamurga de los chamarices,
el ladrido del can.
                                       Canta la noria
y en el vacío de los atanores
melifica la abeja.
Tantas horas sin ti, y estoy diciendo
años, toda una vida, tanta sed,
tanta distancia desarrimo, tantos
tuecos en tu madera y mi madera,
y, ya ves, paseamos,
hablamos de azar, de un arriate,
del viento que ahora, terco, se despierta
-cíñete bien la toca, no te enfríes-,
Como si nada.

La casa quedó atrás. Desde esta lomba,
contemplarla es ungir con sangre nueva
su escalofrío.
Centellea la cal, murmura el pozo,
puéblense patio y corredor de sombras
que cuesta ya reconocer,
y en la azotea, fantasmal, se agita
la ropa blanca.
Fulge en el comedor el son del vidrio,
la música serena de la loza,
humea la sopera,
se multiplica el sol de las naranjas,
ríe, silente, la sandía.
Desde esta lomba se ve el mar, el mármol
de la consola, el caracol marino
que allí, en su cofre, guarda su canción,
y el luto reverente del piano
que nadie toca, y suena, y todavía.

Bajemos, anda, de este mirador,
borremos la pizarra con la mano mojada,
y regresemos.
                                       Sí, sé que las ruedas
saltan, hacen temblar
tu silla, pero no
temas, son los terrones, los pedruscos
del recordar, no llueve, es otra cosa,
te llevo bien sujeta,
préstame un poco tu inmovilidad,
siéntame en esta silla, tengo frío,
arrópame de ti con esta toca
que se resbala de tus hombros, anda,
abrígame y condúceme
como ayer, no te vayas, no me dejes,
que estoy muy solo, madre.

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