Emilio Durán Vázquez, 2º Premio Searus-1989


EMILIO DURÁN

Nota Biográfica

          Emilio Durán nace en Sevilla. Estudia y se licencia en Derecho por la Universidad Central de Madrid. Ingresa en la Administración Pública. En la actualidad dirige una revista de carácter institucional de la Junta de Andalucía.
          Tiene publicado en Poesía:
          Paralelo 40, Exilio de pecho adentro, Tiempo de júbilo seguidote excomunión, Diez poemas con la muerte por medio, Ejercicio de retina, La luna de la Menara, Camino de Nadir, La dorada memoria de ese narciso, Catacumba de rosas, Blanco es el color de la paloma, Cartas son cartas, Mosaico de los amores perdidos, Santas Mujeres, Logia de conversos, Sólo memoria de la vida, Puerto de las Mulas.
          En Prosa tiene publicada la novela La última batalla de Fernando de Abertura, varios cuentos y multitud de artículos periodísticos.
          Autor de un divertimento escénico de café teatro –“El sexto no comer carne” –, que se estrenó en Sevilla en 1977.
          Fundador de los Pliegos de Poesía “El carro de la Nieve” y de la Editorial del mismo nombre, que se especializó en literatura erótica, y en la que publicó la antología “El dos de pecho”.
          Fundador de las Hojas volanderas “El Molino de la Pólvora” de creación literaria.
          Tiene entre otros, los Premios “Searus”, 1990, “Miguel Hernández” de Poesía, 1991, “Puente Zuazo” de Relatos, 1992, “Leonor” de Poesía, 1994, “Camino José Cela” de Novela, 1994, “Villa de Peligros” 1996, de Poesía y “Ciudad de Guadalajara” 1996, de Poesía.
         
         
Reseña biográfica tomada de la Antología 25 años de Poesía Searus, 2002



Obra: “CROQUIS PARA UN POEMA
           DE AMOR INACABADO”
2º Premio, XII Certamen de Poesía Searus,1989



                                   PRESPECTIVA PRIMERA

                                       “¡Ay! lo poco que me queda
                                       al final lo perderé.
                                       Y después de todo, ¿qué?
                                       ¡Con lo poco que me queda!


QUÉ suave es la vuelta con el tiempo a trasmano 
recorriendo las calles que atravesé dormido,
cuando un árbol me envía su saludo de ángel
y restauro pisadas que equivoqué en su día.
Y es que no es igual saborear el dorso
inquietante y suave de las cosas que fueron
que, feroz, arrojarse sobre horas que corren
y levantar banderas de efímeros contactos.
Porque ahora sí que escucho el jadear divino
del amor dormitando al fuego de la siesta,
el temblor de las alas del mineral insecto,
la hoja que se comba cuando el sol la pronuncia
y el agua que divulga su llanto por las fuentes.
Ahora todo es próximo como una sombra amiga
que aprendiera de pronto la leve asignatura
de modelar por siempre el perfil del instante,
la turgencia tibia del fruto del verano,
su femenina pulpa, lo rosa de un recuerdo…
Y aunque sea de vuelta y rincones antiguos
se disfracen de lágrimas, sale un sol pequeño
de jueves por la tarde y, entonces, tú te ríes
e inauguras los juegos y en blancas azoteas
le cantas a las nubes…



                              PRESPECTIVA SEGUNDA

                                        “He de matarte un día y
                                       Enterrarte
                                       En el blanco ataúd de la
                                       Azucena…”
                                                 (Manuel Mantero)


NUNCA le eches al azahar la culpa
de este poema que puede parecerte
un poema de amor. Tampoco creas
que es mi sangre la culpable de estos versos
que me nacen como un bando de pájaros nocturnos
y menos aún lo es el vino que agita sus caireles
en la noche que estrena primavera.
Quizás sólo sea el miedo
la causa verdadera de este canto,
el temor de que se me quede seco
ese torrente de aguas primigenias
que corre por tu cauce de negrura…
Porque… escribir ¿para qué?
¿Por darle rito de rimada liturgia
de almidón
a una verde locura, a un desvarío?
Nunca quise escribirte
-tú bien lo sabes-
ningún poema de amor.
No sería justo
gestar en salvas de versos volanderos
la negra pólvora de una pasión hundida
en las hondas galerías de la tierra.
Allí donde germinan
-milagrosos-
los tremendos embriones de los trigos,
comienza el gotear de los arroyos
y los muertos transforman
el barro de sus cuerpos
en la morada elegancia de los lirios.
No lo haré; prefiero no escribirte
ningún poema de amor.
Sería ponerle
un dique de altísimas palabras
a la crecida marea que navego
y levantar acta de presencia
del gran cataclismo que me agita.
Mejor callar.
Resulta preferible que el tiempo pase
como un óleo de paz y de silencio
por las sombras enlazadas que ya somos
y que sea la rima quebrada de la muerte
la que escriba
el gran poema de amor que no te he escrito.
Y ese sí que será mi gran poema,
los versos que tendrán sal de tu nombre,
los que rimen con palabras ya sin fecha
y que, al cabo, cubrirán con hondos ecos
una estatura que tendré vencida
como un torso de mármol destrozado.

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