Máximo Cayón Diéguez, Finalista del Premio Searus-1994


MÁXIMO CAYÓN DIÉGUEZ

Nota Biográfica (1)

          Máximo Cayón Diéguez nace en León, donde reside, en 1954. En ésta ciudad finaliza sus estudios de bachillerato y peritaje mercantil. Su vocación literaria es temprana. A los diecisiete años obtiene su primer galardón en un certamen convocado en León a escala provincial. Cultiva con asiduidad la poesía y el artículo periodístico. Ha colaborado en la prensa local de esa capital. Tienen conseguidos varios premios literarios entre los cuales podrán citarse:

Poesía:
“Ciudad de Astorga”.
“Botijo de Plata”. Justas Poéticas Castellanas. Dueñas (Palencia).
Justas Poéticas Castellanas. Laguna de Duero (Valladolid).
Juegos Florales. Aguilar de Campóo (Palencia).
“Exaltación al Olivo”. Ahigal (Cácares).
“El Yantar de Pedraza”. Segovia.
“Caja de ahorros de Segovia”.
“Martín Descalzo”, de poesía mística.

Prosa:
“Ciudad de Astorga”.
“Ciudad de la Bañeza”. Alubia de Oro.
“Día del libro”. León.
“Año Internacional de la Familia”. Astorga (León).

          (Todos estos galardones son primeros premios de los certámenes citados).
          Así mismo ha participado en diversos recitales de poesía. Colabora también en diversas revistas poéticas, y poemas suyos andan publicados en distintas antologías. El pasado año, ha puesto voz y textos al vídeo que sobre “La Cofradía del Dulce Nombre de Jesús Nazareno”, editará ésta agrupación penitencial en la ciudad de León.

Máximio Cayón Diéguez, noviembre de 1995.



Obra: “CONCIENCIA DE OTOÑO”
1º Finalista, XVII Certamen de Poesía Searus, 1994



CONCIENCIA DE OTOÑO

                              Pasada se hallaba ahora la mitad de mi vida.
                              El cuerpo sigue en pie y las voces aún giran
                              y resuenan con encanto marchito en mis oídos,
                              mas los días esbeltos ya se marcharon lejos;
                              sólo recuerdos pálidos de su amor me han dejado.
                                                                               -Luis Cernuda-



                    I

Ahora que la lámpara del sueño
va perdiendo su fulgor, su frescura;
ahora que mis sienes encanecen
y el calendario, irreversiblemente,
cumple su oficio de huella y profecía;
ahora que ya tiene mi esperanza
sonido de campana amordazada
y el tiempo va, con táctica premura,
afirmando su cálamo en mi pecho,
yo quisiera, Señor, hablar contigo.

Como el niño que llora cuando pierde
y en su furor, en su desesperanza,
a tientas cruza un tráfago de dudas,
como el cielo que acepta su infortunio,
como aquel que por toda compañía
lleva la soledad más cenicienta,
a Ti regreso, a Ti vuelvo los ojos.

Por eso hoy mi voz, trémula y doliente,
con sencillez emocionada, abierta
como un libro, con renovado canto
atesora un puñado de palabras
para darle perfil al pensamiento
y entrañable en el viaje me acompaña.

Igual que el labrador tu nombre implora,
el cielo escruta, si la lluvia tarda,
y en Ti, confía pues su ruego atiendes,
así, Señor, quisiera que escucharas
esta súplica mía que te anuncia
los lamentos, las penas, los anhelos
que aherrojan mi gozo en la congoja;
las zozobras, ahítas de preguntas,
que de mis huesos han hecho sus rehenes;
la orfandad que los años me han traído,
su hostil amaritud, su insensible ubio
tan cierto y vertical como yo mismo,
que ha puesto al campo de mi corazón
puertas y muros, esclusas y sombras,
por si de pronto, una noche cualquiera,
tu voluntad decide encenizar
el espejo severo de sus aguas,
anegar de resplandor, de alegría,
su pozo hondísimo, huérfano de lunas.



                    II

Cuando ya está la primavera a punto
de estrenar sus celindas más tempranas,
sus pájaros primeros, un sol diáfano,
venusto, y un cielo azul, cintileante,
atesora latidos de promesa,
bajo el brioso aguacero del silencio
descubro cómo arrecia el desamparo,
la infinita tristeza de ser hombre.

¿Hacia dónde, si no es hacia el abismo,
me lleva este oleaje indómito y grávido,
este oleaje irascible, sediento,
que se yergue como música extraña,
que irrumpe audaz como bronco relámpago?.

Este adverso presente en mi asidero:
Acibara mi boca al desencanto,
de mis labios se adueña el desaliento,
en mi alma bulle la melancolía,
pace la ansiedad, bala el desconsuelo,
en mis venas abejea la amargura,
la yedra trepadora de la angustia,
su tiniebla acerada, inconllevable.



                    III

Heme aquí, Señor, sólo abandonado
entre la fría espada de la vida
y la pared aleve del recuerdo,
consumiendo el caudal de mis errores,
descubriendo el pavor, el herrumbroso
aletazo salino de las lágrimas,
buscándote febril, hablando a solas.

No sé, Señor, en qué cenit habitas.
No sé, Señor, en qué mudez te hospedas.
No sé, Señor, en qué monte te asilas,
qué infinitudes surcas, qué senderos
recorres, en qué horizonte te ocultas.

Agónico es el rumbo de mi nave.
La desventura embriaga sus amuras.
Su velamen destrozado, sus jarcias
abatidas, sus mástiles quebrados,
acrecientan mi soledad de albatros.



                    IV

¿Quién podría negar el corazón
todo aquello que los ojos han visto
si la graveza de la edad proclama
el ayer lejano, el futuro incierto,
y en derredor aletean los presagios?

¿Quién podría afirmar que es suyo el gozo,
suya la aurora, suya la belleza,
cuando el tiempo, con trazos indelebles,
va esbozando puntual en nuestra piel
su incesante lección de geografía?.

¿Si apenas somos barro, polvo, nada,
quién podría decir que es suyo el júbilo
cuando el vivir se troca en espejismo,
cuando todo es mudable, fugitivo?.



                    V

Con mi conciencia del otoño a cuestas,
ahora que mis pulsos envejecen,
precisamente ahora, en el momento
en que la tarde cae, la luz se agrisa,
y se avecina un viento ponentisco,
cómo ocultar lo mucho que te debo:

¡Gracias, Señor, porque cada mañana
tu clemencia mis párpados redime!

¿Gracias, Señor, por devolverme ilesos
cada día los seres que más amo!

¡Gracias, Señor, por escuchar mi ruego,
por la salud que sin tasa me otorgas,
por mantener enhiesta todavía
la torre sometida de mis huesos!

¡Gracias, también, por no olvidar mi nombre,
porque siempre me sufres y perdonas,
porque aún permites, porque aún quieres,
que goce de las cosas cotidianas!

¡Gracias, en fin, por tu misericordia,
por consentir que habite en tu costumbre
y proseguir, Señor, en tu recuerdo!.

1 comentario:

  1. Por casualidad he caído en esta página y obtenido premio. He tenido la oportunidad de conocer (leer) esta composición de un poeta leonés que no conocía. Enhorabuena al Sr. Cayón por ser lo que es.

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