Teresa Núñez González, Finalista del Premio Searus-1996


TERESA NÚÑEZ GONZÁLEZ

Nota Biográfica

          Madrileña. Autora de narrativa y poesía. Ha colaborado en ediciones de bolsillo escribiendo novela de aventura y rosa bajo los seudónimos de Paul Lattimer y Vicky Doran.
          Entre los premios que posee, destacan: en narrativa, Círculo de Lectores, Clarín y Ciudad Villa del Río; en poesía Alcaraván, Vicente Aleixandre, San Lesmes, Blas de Otero, Pastora Marcela, Juan Alcaide, Feria del Libro de Madrid, Río Ungria, Tomás Navarro Tomás, y Flor Natural de las Justas Poéticas de Laguna de Duero, Reinosa, Ávila, Tobarra, etc. Ha publicado siete poemarios.
          Es miembro de la Asociación Colegial de Escritores y de la Asociación de Escritores y Artistas Españoles.
                   
          Teresa Núñez González, noviembre de 1997.



Obra: “ESA MUJER QUE ABRE
          TUS VENTANAS”
Finalista, XIX Certamen de Poesía Searus, 1996



                              “SOBRE EL SILLÓN QUE USAS
                                   MI CUERPO NECESITA SABER DE TU PRESENCIA
                                   NO ES POSIBLE QUE YA NO ESTÉS AQUÍ, ME DIGO”



                    I

Digo tu nombre
y digo compañero,
pulso tenaz y fuerza suficiente.
Torre ya construida –tu espalda– por el cronos,
como un sauce habitado.

          Amo tu nombre,
tal fuego mineral de raíz renovada.
Siendo su brasa que me anida
donde el viento concierta
el dominio absoluto de tus hombros.

          Porque tu nombre crece
                                                 como lagar eterno.
Sur que llenaron las aves cardinales,
polen que fue rocío de la abeja,
desdobla mi deseo y me eterniza.

          Porque tu nombre crece.



                              II

          No me sirve de nada estar contigo.
No me es útil el césped de tu boca
o esas alas de pájaro con que renuevas
el tacto y la ternura.
Estoy por preguntarme
por qué te enredas a mi cuello.
Qué droga o dulcedumbre me explotará en los
Labios
Recreándonos tuyos.

          Pero ocurre que el alba
tiene un olor distinto entre tus manos
y la piel no se enfría
en la atmósfera sabia que te ciñe.
Siempre espera la hierba cobijada en tu ropa,
la batalla no duele ni la negrura embiste.
Y cuando el mínimo rumor desangra la mañana,
cuando millones
                              de grillos y luciérnagas
nos cuentan su cópula de otoño,
deshacemos la orilla de la muerte,
nos alzamos del lecho con ebriedad de tierra,
con desnudez de rosa que a su raíz acude.

          No.
Nunca seré más rica ni acabaré los hechos,
Anudada y pequeña en el valle tranquilo de tu espalda.

No lo puedo evitar:
Contigo pierdo el tiempo inútilmente.



                    III

Cuando te vas,
tu memoria se hace por la casa,
recorre los telares de la alfombra,
las gotas que no acaban de caer en los lavabos
o ese rumor sin cifra en el reloj
que ya no encuentran sitio.

          Sobre el sillón que usas
mi cuerpo necesita saber de tu presencia.
No es posible que ya no estés aquí, me digo.
Y hay un paso de sombra estremecida
merodeando en las estancias
donde escondimos la tristeza tantas veces.

La cama es una tumba de sábanas vacías,
el teléfono un eco
para decir te amo pero vuelve,
la mesa
una mano tan fría que la carne no acepta su poder.
No es posible que ya no estés aquí, repito.
Y abro los armarios
Donde huele la ropa a cada jueves,
o deseo que llueva, porque tal vez la lluvia
me descuide del tiempo.

          Luego apago la luz.
                                       En el lugar
en que sueles hacer los crucigramas,
con ese mismo gesto de las contemplaciones,
me desnudo.
                    A tientas desordeno
la mudez de la radio.
Y lloro
en el lado derecho de la almohada,
que es la mitad de lo que somos.



                    IV

          Hoy persigo la tarde,
condenada a tu piel que me consume,
deseando beber en los rincones niños
cada minuto triste.

          Porque reboso en las cortinas
por caminos de sombra.
Yo sola pueblo un lecho,
y no sé
de qué forma quemar esta memoria espesa.

          Tan despacio se alzan
                                       los olvidos
en todas las habitaciones,
tan vencida garganta,
                              trémula por la fiebre,
la palidez que me desflora el cuello,
las uñas de tristezas infinitas…

          Ven, porque hablemos de ausencia.
Piérdete en mi dolor,
                              vierte en mi vaso
tu voz que estuvo ávida de luz.



                    V

Te quise porque un día
descubrí en tu paisaje seis árboles sin agua
y una certeza muerta afilando tus dedos.
No sé qué herida trajiste a mi bancal.
Tal vez pude vestirte
de un sueño
que me pertenecía. Y te inventé otro nombre,
otro abrigo, otra nuca.
Pero recuerdo aún
que saliste en busca de la tarde
diciendo que nunca probarías
jazmines incompletos. Que ya nunca
el otoño llevaría a tus muslos
sus hojas hermosísimas.

          Te quise porque nadie sabía de tus huertas.
Nadie.
Ni tocaron tu cuerpo con palabras,
ni pusieron veranos en tu carne encendida.
Solamente mis ojos
se atrevieron a hendir la barca de tu risa.
Sólo mis palmas anidaron tu historia
con tórtolas lejanas.

          Tarde de nieve
con un trasiego oscuro
me trajo a tu buharda; y me anudó
a la dulce caída del costado;
y puso mi cadera
en el hondón caliente de tu traje.

          Porque ninguna rosa nevaba tus salones
y náufrago de olvido me llamaste.
O porque no me amabas,
                    yo te amé.



                              VI

Y si escogiera hoy
nuevamente nacer con la memoria de tu paso,
quizá no te buscase a ti desde el principio.
Tal vez no habría más leyenda
ni otro silogismo de la pluma,
y nunca escribiría un verso, ni tendría
otro muro de sangre que estaba alcoba.

          Si escogiera de nuevo mi vida punto a punto,
y te hallara en el vértice del todo,
y fueses tú la última persona,
y no hubiese en tu cuerpo más que la oscuridad y el fin,
y toda nuestra sangre
se encontrara cansada de combatir la duda,
me pregunto hoy
                    si seguiría siendo
esa mujer que abre tus ventanas,
que detiene la luz a la hora precisa
y da cuerda al reloj en el sótano oculto,
repleto de luciérnagas.
Si otra vez sufriría hasta colmar el mundo,
si te amaría así, con este amor idéntico.

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