Premios Searus 2009-XXXII Certamen de Poesía


PREMIOS SEARUS 2009
XXXII Certamen de Poesía

Año de Edición: 2010
Portada e Ilustraciones: Antonio Manuel Páez Rincón
Maquetación: Francisco Caballero Galván
Prólogo: Amaya Blanco García
Poetas:
Margarita Arroyo (M. Concepción Fernández)
Ana María Garrido Padilla


PRÓLOGO A LA EDICIÓN DE SEARUS 2009

             Dos mujeres han sido las ganadoras en este trigésimo segundo certamen de poesía “Searus” que el municipio de Los Palacios convoca anualmente para la promoción de este arte que no conoce ni debe conocer fronteras.
         
          De la nómina de insignes poetas ganadores de este certamen que en 2002 celebró su XXV aniversario con una publicación recopilatoria excelente, sólo seis mujeres poetas habíamos tenido el honor de recibir esta distinción (de un total de cincuenta y un premios hasta entonces).

          Sin embargo, la poesía, como el resto de la sociedad, poco a poco, aunque no sin esfuerzo, se va zafando de los prejuicios que relegaban a la mujer al ámbito del hogar y le va posibilitando medirse en pie de igualdad en justas poéticas tan prestigiosas como la del municipio palaciego.

          Y los resultados no se están haciendo esperar, ya que los dos poemarios, de un total de doscientos presentados, destacan por su calidad poética, pese a la gran diferencia de los registros utilizados.

          La ganadora del primer premio, Margarita Arroyo, tiene un perfil profesional distinto al que estamos habituados en el mundo literario, ya que su personalidad abarca los ámbitos científicos y humanístico. La versatilidad de esta poeta le ha llevado a campos tan distintos como la música, la educación, la psicoterapia o la farmacia, profesión ésta última que ejerce en la actualidad, en paralelo a su actividad literaria (entre otras). La energía incansable de esta mujer de ciencias y de letras ha dado como fruto, hasta la actualidad, la publicación de seis libros (dos en prosa y cuatro poemarios), así como la obtención de más de una docena de premios literarios como el Alcaraván, la Hucha de Plata, la Medalla del Ateneo de Madrid o la distinción de haber sido nombrada hija adoptiva de Fontiveros.

          Con respecto a los poemas galardonados, éstos destacan por una profunda unidad que compone las distintas partes de una sentida elegía.

          Podría decirse que este breve pero intenso poemario es un viaje doloroso por las fases del duelo vivido en clave lírica: incredulidad, indignación, rabia, desorientación, rencor, profunda tristeza, consolación gracias al recuerdo y, finalmente, aceptación.

          Los poemas nos llevan sutil y sugerentemente, sin caer en sentimentalismos y superficiales sensiblerías, por las fases de curación de una honda herida, desde el impacto primero hasta su cicatriz última.

          La poeta Margarita Arroyo, según se ve reflejado en este “Ya nunca iremos a Constantinopla”, está cargada de ternura y añoranza, y al mismo tiempo, se sustenta sobre una lírica dotada de fuerza y convicción, lo que proporciona al poemario equilibrio muy difícil de alcanzar, por lo general, y mucho más, si se habla de un género tan complicado como la elegía.

          El uso de metáforas audaces de gran fuerza expresiva (“un día desalmado / que quisiera olvidar / y tengo en la memoria / clavado como un dolmen / en mitad de la nada”), combinado con la relatividad de la noción del tiempo que la voz poética hace avanzar años en segundos (“se fueron haciendo / sus manos como arena”) o hace retroceder a su antojo (“el tiempo vuelve atrás por un instante / y yo no sé por qué / no me abrazo a tu sombra dulcemente”), nos proporciona una sensación volátil, casi de irrealidad, de sueño onírico, que transmite a la perfección la desorientación que siente al perder a un ser amado.

          Sentimiento universal de pérdida del que todo lector puede ser partícipe, fluctuando entre el verso libre o los musicales heptasílabos de poemas de gran altura como “Aquel día”.

          En cualquier caso, no son estos versos derrotistas de un alma triste que se rinde al desencanto, sino un canto al triunfo, al triunfo de la fe por encima de la tristeza o el abandono, el triunfo de la alegría por encima del cansancio y el dolor, un canto en definitiva al triunfo de la vida por encima de la muerte:

          Ahora escúchame muerte:
          Tú, la Sola,
          la Sola por los siglos,
          la Sola eternamente.
          no conservas ya nada
          de lo que arrebataste.
          Y tras la podredumbre
          de tu pecho sin nombre
          él canta donde nunca
          podrías alcanzarle.

         
          La madrileña Ana María Garrido Padilla es periodista, pero desde su juventud ha cultivado la poesía. No sólo escribe, publica y ha obtenido diversos galardones, sino que promociona la poesía a través de la Asociación Literaria “Verbo Azul”, radicada en Alcorcón, de la que actualmente es presidenta.

          Ana María Garrido Padilla destila entre sus versos un universo muy personal en donde su yo lírico vive en primera persona una experiencia colmada de riqueza y originalidad que nos lleva a un mundo sensorial plagado de signos y señales desbordantes.

          Por sus labios pasan alondras, el corazón de un pájaro, la palabra desnuda, el crepúsculo dulce, o un rumor de ceniza, pues su poesía se cristaliza como una interacción dinámica con la naturaleza, el tiempo y la vida.

          Por una parte, la poeta busca dejar su huella en el mundo que le rodea, aportar su vivencia, “explicar a los cipreses la medida del aire por sus ramas”, y por otra parte, deja abierta la posibilidad de que el mundo modifique su existencia, la haga más sabia y profunda: “aprender de lo efímero”.

          En definitiva, estos versos nos transmiten una visión de la vida como un mundo simbólico y poderoso del que no se puede escapar, un mundo que no siempre se puede comprender, que tampoco es necesario entender, pero del que, en cualquier caso, no nos podemos desentender. Hace falta, nos dice esta “piel de los membrillos”, hablarle a las nubes, plantar los girasoles, dibujar la niebla agazapada, advertir a las ballenas, utilizar todos los medios para ser un sujeto activo que quiere dejar su impronta porque, a fin de cuentas, en palabras de la autora: “basta abrirle lucernas a la vida”.

AMAYA BLANCO GARCÍA

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