José Vargas Aguilar, julio de 1980

RELATO CORTO
JOSÉ VARGAS AGUILAR

Nota aclaratoria

En el número 14 de la revista SEARUS, julio de 1980,  se publica el relato corto denominado “Manuel: un anciano de ayer, hoy y mañana” de José Vargas Aguilar.

“Manuel: un anciano de ayer, hoy y mañana”

INTRODUCCIÓN
          Os hacemos saber que este relato, que a continuación escribimos, por su contenido puede herir la sensibilidad del lector. En él se narra algo parecido a la historia de un personaje que fue, es y será prototipo “nato” de nosotros mismos.

          Manuel le pusieron de nombre, y Manuel le llamaron sus gentes. Vivió no sabemos donde, pero aún hoy recuerdan sus pasos, su olor a ropa gastada, su voz ronca y sonora, que como buitre recién nacido, pide de comer a sus padres (él le pedía a todo aquel que le daba). Tuvo cinco hermanos. Dos murieron en la guerra, y los tres restantes se perdieron durante la misma. Le tocó ser el hermano único de la familia, y con sus padres vivió poco tiempo. A estos los mataría mas tarde.
          Manuel llegó a cumplir los 75 años. Seguía solo, introducido en un silencio amargo, en su ancianidad. Recordaba su infancia, su juventud, su madurez, y cada recuerdo eran gotas de lágrimas que derramaba lentamente sobre sus mejillas arrugadas, llenas de sequedad. Recordaba sus juegos de chiquillo junto a sus hermanos, las volteretas que imitando a los payasos de circos, daban continuamente, como intentando competir entre si. Se quejaba de la soledad, de su silencio, de si mismo.

          En una cartera arrugada por el tiempo, poseía unas viejas fotos, manchadas por lágrimas de mil y una miradas. Eran fotos de sus primeros amores. Amores que nunca le llenaron de felicidad, que no quisieron compartir con él su llanto, su requiebro, sus ansias de no llegar a ser lo que fue.

          Y se hizo más viejo, rondaba los 86, y su mente día a día se iba perturbando, ignorando aquellos días pasados de felicidad en su juventud. Para Manuel, la soledad era el testimonio más clarividente de lo que él llamaba injusticia social. No comprendía como entre tanta muchedumbre podría sentirse vacío, nostálgico, indiferente.

          Visitó un infierno terrenal, de esos en los que van quemando poco a poco el breve latir de los ancianos: un exilio. Vio aquel paraíso artificial, observó que todo era ficticio, examinó a la gente y descubrió la bondad de la persona, pero no llegó a captar porque lo hacían. Pronto se daría cuenta, y no era por amor. Se marchó de aquel lugar y nunca volvió.

          Me cuentan que en sus últimos días cogió un bolígrafo y un trozo de papel… Se marchó a un monte gris lleno de lodo, donde los seres apagados compartían sus últimos segundos llorando y escribiendo sus memorias. En uno de sus papeles se leía un breve poema:

                              “Tiempo que perduras en la distancia
                              y haces de mi vida un sentimiento,
                              noches que son olas de mi muerte
                              y mi muerte mares abstractos de tu cuerpo…”


JOSÉ VARGAS AGUILAR

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