Juramento de la Concepción en 1617

Juramento de la Concepción en 1617
IV Centenario de una gran efeméride inmaculista


JULIO MAYO

En este día tan señalado, pasa desapercibida la conmemoración del juramento que la iglesia y el Ayuntamiento de Sevilla hicieron, conjuntamente, el 8 de diciembre de 1617, en defensa de la concepción de María sin mancha de pecado original. Nuestra ciudad se puso a la cabeza en el conflicto mariano que se desató entre defensores y detractores  del carácter inmaculado de la Virgen, después de que un fraile dominico lo hubiese en entredicho, en 1613. Este debate teológico había surgido en un contexto de tirantez entre Sevilla y la corte madrileña. A instancias del Arzobispo de Sevilla, don Pedro de Castro, se le solicitó al rey Felipe III que requiriese al Papa una declaración propicia a la clemencia concepcionista. Sería en 1616, cuando el monarca español instituyó la Real Junta de la Inmaculada, convirtiéndose todo este asunto en una cuestión más política que espiritual. El pueblo sevillano mostró su beneplácito a la causa de forma unánime, expresando su fervor mediante la organización de numerosas funciones religiosas, procesiones, veladas literarias, fiestas de toros, funciones de fuegos artificiales, y mascaradas. Aquella efervescencia piadosa de devoción popular creada en torno a la Inmaculada Concepción, tan íntimamente unida al barroco sevillano, le sirvió a la iglesia hispalense para hacer ver al orbe cristiano que había realizado una gran aportación devocional de carácter universal. Y así, puedo revestir de mayor argumento reivindicaciones como la de discutirle a Toledo su condición de sede primada de la iglesia española.

Foto de Julio Mayo publicad en ABC de Sevilla

         En las actas del cabildo de la catedral se asienta, el 16 de octubre de 1617, que el Papa Paulo V había concedido un Breve favorable a la Inmaculada. A partir de entonces, se sucedieron innumerables eventos, religiosos y festivos, dispuestos por conventos, parroquias, gremios, cofradías y nacionalidades de la ciudad en adhesión a la Inmaculada. Tuvieron su culmen en la gran fiesta litúrgica que se celebró en la catedral el 7 y 8 de diciembre de 1617. El día de su festividad litúrgica, se unieron las primeras autoridades eclesiásticas y civiles locales, para proclamar con solemnidad la defensa del misterio de la Limpia. Tras el sermón, cumplimentaron en el altar mayor el ritual del juramento, el prelado, los canónicos y demás miembros del clero catedraliceo, junto a la corporación municipal, liderada por don Diego Sarmiento de Sotomayor, conde de Salvatierra, a la sazón Asistente de Sevilla. Un fragmento de la fórmula extraída del Archivo de la catedral, traducida del latín eclesiástico, dice así: “Nos, don Pedro de Castro, Arzobispo de Sevilla y el venerable coro de nuestro Cabildo y la florentísima ciudad de Sevilla (…/…) confesamos que Tú, o Madre de Dios, en el primer instante de tu Concepción fuiste preservada del pecado original, por los méritos de Christo tu hijo (…/…) de esta manera lo votamos, de la misma lo prometemos, de la propia lo juramos, así Dios nos ayude y estos Santos Evangelios de Dios. Tu sentencia, voto, juramentos ponemos a los santísimos pies de nuestro santísimo padre Papa, Paulo V, para que se digne de confirmar con su apostólica bendición todas estas cosas”.
         Al grandísimo acontecimiento religioso, acudieron los ediles lujosamente ataviados, integrando un amplio cortejo desde el consistorio. El arzobispo, escoltado por una docena de pajes y niños del coro, vestía brocados dorados y en su mitra ostentaba una brillante pedrería preciosa, mientras que los miembros de cada corporación, llevaban cadenas y cintillos de diamantes, así como joyas en las gorras. La ocasión lo requería. Ambas entidades debían demostrar ser las más poderosas de las que prestaron el servicio de jurar la pureza virginal. En la Relación del Solemne Juramento que mandó imprimir el Ayuntamiento a Francisco de Lyra aquel mismo año, se hace constar las salvas que los navíos atracados en el río, junto a la Torre del Oro, dispararon al tiempo de formularse el juramento. A esta celebración le sucedieron otras más, fuera de los templos, como las fiestas de toros y juegos de cañas con libreas, efectuada por don Melchor de Alcázar, el martes 19 de diciembre, según la relación publicada por el poeta y músico del Siglo de Oro, Juan de Arguijo.
        
Foto de Julio Mayo publicada en ABC de Sevilla

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El arzobispo frente al rey.
         En el mes de noviembre de 1617, nuestro arzobispo –ardiente concepcionista–, se había opuesto abiertamente a la propuesta realizada por Felipe III para elegir a Santa Teresa como patrona de España, aduciendo no estar canonizada y ser incompatible su patronazgo con el del apóstol Santiago. Por una parte, estaba el arzobispo de Sevilla como núcleo generador y, por otra, los seguidores del rey. Estos desencuentros pudieron tener su origen, según el historiador Domínguez Ortiz, en los sentimientos de hostilidad que se habían despertado en el sur de España contra la corte desde principios del seiscientos. En este sentido, el asunto de la Inmaculada habría sido empleado por algunas familias aristocráticas, propietarias de numerosos pueblos, como arma de confrontación territorial en aquella Sevilla de las primeras décadas del siglo XVII, así puesto de manifiesto por las investigaciones de Domínguez Fúrdalo y Sánchez Jiménez.
         Ante la pasividad de ciudades españolas emblemáticas como Toledo, Valladolid o la propia villa de Madrid en involucrarse sobre el origen pecador (…), el arzobispo de Sevilla se anticipó a ellas. En 1616, envió a la corte (…) de procuradores, entre quienes se hallaban el canónigo Mateo Vázquez de Leca y el padre jesuita Bernardo del Toro, a fin de obtener una recomendación regia con la que acudir a Roma y tratar de obtener algún apoyo. Mientras tanto, el arzobispo supo engendrar una agobiante presión sobre la monarquía española y la Santa Sede. Los partidarios de la opinión contraria, aducían que todas aquellas manifestaciones populares, consideradas como revolucionarias, así como las adhesiones institucionales que no paraban de secundarse entre los colectivos sociales, agitaban y provocaban alborotos. La enfervorecida defensa del misterio concepcionista –incluso hasta dar la vida y derramar la propia sangre, si hiciera falta- preocupaba muchísimo a las autoridades, por la repercusión de los grandes tumultos en la alteración del orden púbico. Finalmente, la voluntad del pueblo se impuso en los dictámenes oficiales , como lo pone de manifiesto la gracia concedida por el sumo pontífice romano, antes citado.


Foto de Julio Mayo publicada en ABC de Sevilla



Religiosidad popular para desterrar pecados
         Las clases más humildes nunca consideraron que María hubiese nacido manchada, por lo que la reivindicación de esta doctrina inmaculada cosechó un respaldo considerable en este amplio sector poblacional. Aquella Sevilla populosa, dotada con el primer puerto donde entraban las embarcaciones provenientes de América, cargadas de oro y plata, se asemejaba a la antigua Babilonia sumida en el pecado. Su mal vivir le hizo merecer una baja reputación que precisaba ser corregida, restringiendo la prostitución, erradicando los vicios y fomentando un loable espíritu de misericordia y caridad con la que atender la pobreza de la calle. Para esta gran reforma promovida por el arzobispo Pedro de Castro, este se valió del amplio repertorio devocional de la piedad popular sevillana, como principal herramienta de su método pastoral. Franciscanos y jesuitas, por su parte, se involucraron afanosamente en promover la defensa de la Inmaculada, cuya lucha contribuyó a elevar el culto mariano hasta convertirlo en la seña de identidad más destacada del panorama católico después del Concilio de Trento.

         En la sesión capitular del Archivo Municipal, correspondiente al 29 de noviembre de 1617, se afirma que Sevilla, en el asunto de la Inmaculada, había sido la primera “en piedad y religión en su servicio a la Reina de los Ángeles”, con cuya acción había dado un colosal ejemplo a la cristiandad. En el contexto de la Iglesia universal de entonces, la propia Iglesia de Sevilla consiguió posicionarse en un rango de primer nivel. De no ser así, la embajada concepcionista nunca hubiese sido recibida en la Santa Sede, dada la autoridad con la que Roma se sentía a la hora de pronunciarse en cualquier cuestión doctrinal. Más aún, después de haber sido la causa este argumento mariológico de las diferencias entre católicos y protestantes. Por esta razón, es muy valorable la capacidad que tuvo la iglesia sevillana para expresarse y, por su puesto, hacerse escuchar. Con el peso que había adquirido, aspiró a rebatirle a Toledo su primacía con razonamientos históricos, explicados muchas veces con obras de arte que fraguaron artistas barrocos. Un caso preclaro es el del propio Murillo, quien tuvo la magistral capacidad de transmitir con su pintura, el compromiso religioso que asumió como creyente, y cuya genialidad le permitió dar forma plástica definitiva al modelo iconográfico de la Inmaculada, inspirándose en los rostros populares de mocitas criadas en Sevilla.


  
JULIO MAYO ES HISTORIADOR.



Publicado hoy viernes 8 de diciembre de 2017 en diario ABC de Sevilla y autorizado por Julio Mayo para ser publicado en el blog de la Asociación Cultural Searus.

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